Hace un tiempo me tope en la habitación de mi papá, con un portafolio negro. No era la primera vez, ya lo había visto en otras oportunidades. No sabia que contenía dentro y la curiosidad crecía cada vez más, cuanto más lo veía.
Ese día no aguante. Abrí el cerrojo y encontré un pasado... uno que no era mío, pero que de alguna forma daba vida a mi presente. En el había fotos, billetes viejos, papeles... cartas. Esas cartas llamaron mi atención. Yo aún habitaba la era de las cartas, de los correos postales y buzones rojos en la vereda, y esa bolsa transparente tipo celofán que las envolvía, crujía en mis manos, y estoy segura, los ojos me brillaban por saber que palabras contenían, a quien estaban dirigidas. Serán de amor? las habrá recibido mi papá?, quien se las mandaría?.... mi cabeza imaginaba una historia digna de disney, historias que estaba acostumbrada a leer.
Saque los sobres que se encontraban abiertos a sus costados y vi las palabras que formaban el remitente. Estaban dirigidas a mi abuela, Florentina Juárez, alias "Tina". Me senté en indio y, como si fuera a leer un cuento, saque del interior de los sobres, una carta a la vez.
En esos papeles se dibuja la letra de mi padre, un padre que hasta ahí no era más que hijo, de 18 años de edad, cumpliendo el servicio militar obligatorio al cual había ingresado un 01 de abril de 1982, sin saber que al día siguiente, una junta militar que tenía como propósito desviar la mirada del ciudadano de las cosas que sucedían en el país, instalaría una guerra. No una guerra cualquiera, una guerra con una potencia mundial, con experiencia en 2 guerras mundiales, con ejercito y buques, aviones y armas... y submarinos... y soldados grandes y fortalecidos por la experiencia y el entrenamiento de años.... una guerra que no fueron a pelear ellos, si no niños que se estaban convirtiendo en hombres, profesores, padres, maestros; profesiones que no estaban acostumbradas a sentir el frio del fusil en la mano.
Mi padre escribía desde Puerto Belgrano, Bahía Blanca, Pcia de Buenos Aires, durante un otoño frio, mucho más frio en esa época, por lo que cuenta en las cartas, más tarde entendería el por qué, a su madre que se encontraba en Ezpeleta, zona sur del hoy AMBA. Una madre que de seguro, como tantas otras en igual situacion, esperaban la llegada de esa carta, que le dijiera que estaba bien, que estaba vivo.
En las cartas le cuenta que esta esperando para ver si salen hacia Malvinas, que tiene miedo. Que espera que no lo llamen. Que siente frio y hambre. Que le duele el pecho porque esta con neumonía. Que le tocó prepararse para subir al buque pero que después de horas de esperar al final no salieron. "Safé"!, y ese "safé" se leía con un alivio de quien no quiere pero debe. Le contaba de sus camaradas, que estaban enfermos también. Se repetía el frio en todas ellas... el hambre. "mándame plata má, que ya no tengo mas" y se dibujaba un 1 con muchos 0 detrás. En las cartas se leía el abandono por parte de quienes los habían mandado a ese lugar. El olvido.
Mientras leía esas cartas, mi imaginación me llevaba a esa fecha, una fecha que en la escuela tantas veces me la habían nombrado y rememorado. Dónde tantas veces habían contado lo que fue y se vivió, pero esta vez, lo vivía diferente. Esta vez, era como si pudiera ver y sentir ese frio. Esta vez, las fechas de las cartas me llevaban a otro lugar... no a unas islas que habitan a 50° 59' y 52° 57' de latitud Sur y 57° 42' y 61°28' de longitud oeste de Greenwich, si no a 7 horas y 59 minutos de donde me encontraba yo. Me llevan bien al sur de la Provincia de Buenos Aires, a orillas del rio Bahía Blanca, donde se apostaban los navíos de nuestra armada que formaban el "ARSENAL NAVAL PUERTO BELGRANO"... arsenal que no teníamos... navíos que eran balsas al lado de los que poseía Inglaterra. Podía imaginar las caras de esos niños que intentaban ser hombres, podía sentir el miedo y frio que me erizaba la piel igual, quizás, que a ellos. Leía esas cartas y agredecía... si, agradecía, que nunca mi papá se haya subido a ese buque; que nunca allá pisado la tierra del otro lado del mar, porque eso permitía que yo tuviera presente.... por que permitía que hoy yo pudiera entender lo absurdo, doloroso e insensato que fue para todos, los que fueron y los que no, los que volvieron y los que se quedaron allá (con el alma o con el cuerpo), las decisiones de quienes se refugiaron en su escritorio de un edificio ubicado en el centro porteño y se olvidaron de los PIBES que peleaban una guerra que no buscaron.